sábado, 18 de mayo de 2013

Hoy tiene un adoquín en su despacho del muro de Berlín

Entre Guerra Fría, epígrafes romanos, el British y el Louvre, los Foros Romanos y las necrópolis vacceas, mi vida está colapsada. Hasta tal punto que me había olvidado de contar el final de mi viaje a Berlín. 
Guardo los mil recuerdos aunque, pasados ya tantos meses, no recuerdo que día hice qué cosa y que día hice la otra. 
Así que, si perdonáis mis tardanzas, os contaré un poco más de esta ciudad, todo seguido, sin daros tiempo a respirar o a dormir entre visita y visita, porque no recuerdo cuándo me tocaron a mí esos descansos.

La última vez que os escribí me quedé encerrada en el Pergamon Museum. Pues bien, ojeando las fotos del viaje creo recordar que poco después visitamos el campo de concentración de Sachsenhausen. Mi conciencia se movía entre si ir o no, ¿demasiado morbo? ¿O quizás sumamente interesante saber, para una historiadora como yo, los auténticos horrores de la II Guerra Mundial? Entre una cosa y otra, al final decidí ir. Y no me arrepiento. Lo hemos visto en películas (es más, este campo de concentración es el lugar donde se encontraban presos aquellos hombres de la película Los Falsificadores, 100% recomendable), nos han hablado de ello, pero no se sabe hasta qué punto la maldad y la crueldad humana pueden llegar a hacerse patentes con otro ser humano. 
Pasamos frío aún abrigados hasta los ojos, y tuvimos que comer en el tren de camino a la capital alemana. 

Ya de nuevo entre las calles de Berlín, pasamos a ver la otra cara de la ciudad. Si como ya comente nuestro hotel estaba en la antigua parte comunista, se puede todavía sentir las diferencias con la parte occidental del muro: luces, tráfico, tiendas... 

Pero, personalmente, una de las visitas que más me gustaron fue el Museo de Historia. Admito que su organización no era la mejor, todo demasiado junto, incluso cuadros tapados por vitrinas que se colocaron delante de ellos, pero conseguir en un sólo edificio mostrar la historia de la humanidad, hizo que me pareciese hermoso. Había de todo, todo lo que te puedas imaginar, allí estaba: barcos de guerra, estatuas, armaduras medievales, vestidos de época, juguetes... Aquí os dejo una breve recopilación. El último que os muestro es un cuadro que no recuerdo ni el nombre del autor ni el de la propia obra pero me gustó, no sé si es por el modo en que parece que de verdad esos dos burgueses se quieren o qué, pero me hizo sonreír la primera (y única) vez que lo vi.









Justo al lado, un mercadillo por el que pululamos hasta la hora de comer. Por la tarde, recuerdo la decepción por la tienda de segunda mano que parecía que iba a ser de lo más maravillosa, pero no. Cerrada parecía algo totalmente diferente a cuando estabas dentro. Y no quiero hacer más mala sangre de aquel recuerdo

Y ya salimos. Fuimos a un bar a beber unas cervezas y a jugar a unos dardos (jamás entenderé porque perdí habiendo dado en la diana unas seis veces). Algunos de nuestros compañeros (tres, para ser exactos) decidieron continuar la noche de fiesta y llegaron a las tantas de la mañana despertando a toda la habitación. Ellos si que vivieron de verdad la fiesta berlinesa. Sin embargo, nosotras no lo hicimos tan mal: paseos por la nieve esperando nuestro tranvia.


Cansadas, tres de nosotras nos levantamos a una hora decente para descubrir uno de los mercadillos que se colocaban en la ciudad. Sí, nevaba; sí, hacía frío. Pero es que adoro esos mercadillos al estilo Portobello en Londres o Porta Portese en Roma. Y no decepcionó. Todas compramos algo. Yo, para no variar, un vinilo de The Beatles, uno más para la colección de discos comprados en este tipo de mercadillos.


Lo que nos esperaba por la tarde era el final del viaje. Descubrir los lugares más recónditos de la ciudad, "El tour alternativo", conociendo a los grafiteros que dejaban sus marcas por todos los muros de Berlín, los problemas entre ellos, un Banksy que alguien robó... 




Y al fin lo que esperábamos ver: el muro que separó a Alemania durante años, que hizo que familias, amigos y vecinos se dividieran, que hizo que el mundo quedase sumido en una bipolaridad entre occidente y oriente; el muro que hizo que tantas personas perdieran la vida por su libertad y que, por fin, en 1989 desapareció. Pero aún quedan recuerdos de él, no lo terminaron de destruir del todo, lo pintaron para que el turista que se acerque a la ciudad pueda recordar un poco más de la historia, ya no sólo del país, sino de la humanidad.


Con esto acabó nuestro viaje, cena rápida en el hotel y a dormir lo que pudiéramos, que a las cinco de la mañana había que estar en pie para ir a buscar el avión hasta Madrid. Y en Barajas, cinco horas de espera. Una pena que fuera un miércoles y no tuviera con quien quedar en la capital española...

¿Qué decir de Berlín? Ciudad de contrastes, comunismo y capitalismo se enfrentan aún en cada calle, en cada zona. Cuna de la historia contemporánea, hace que te des cuenta por cuánto ha tenido que pasar este mundo para estar donde estamos ahora, aunque aún estemos tropezándonos de vez en cuando en la misma piedra. 

Berlín, ciudad que no deja a nadie indiferente.




jueves, 21 de marzo de 2013

"Se cayó el muro de Berlín y no conocí al mago Merlín"

Decepcionada ante la imposibilidad de finalizar con la película que hace algunos días comencé (voy por partes, como capítulos de series), vuelvo a las andadas de este blog para contar un poco qué ha sido de mi vida. Dos viajes tengo en la recámara de mi memoria, que espero no se agoten antes de tiempo, pero, hoy por hoy, me toca explicar el último realizado: Berlín.

Viaje de fin de carrera y nos asaltaba la duda: ¿dónde? Somos historiadores, queremos algo que nos sirva para divertirnos y conocer algo de lo que tanto hemos oído hablar a lo largo de estos cuatro años de carrera. Y salió la capital alemana. Cervezas, currywust y muchas cosas que ver.

Salimos el 6 de marzo hacia Madrid a las siete de la mañana. La demacrada ya estaba en proceso y eso que aún no habíamos hecho nada. Un par de horas después, nuestro avión destino Berlín empezaba a agitar sus alas.

Ya era de noche cuando llegamos. Cargados con las maletas, nos encaminamos como pobres turistas perdidos hacia el metro buscando desesperadamente la dirección Alexanderplatz, donde se encontraba nuestro hotel. Y tras vueltas y más vueltas, llegamos al albergue. Lo primero que hicimos al llegar fue tirar las maletas y tumbarnos un rato en la cama, era necesario un poco de descanso si teníamos intención de hacer algo.

Con las pilas cargadas, salimos a conocer un poco la zona donde nos alojaríamos durante cinco días. Mi primera impresión fue que todo era gris, cuadrado… Teniendo en cuenta que el muro que separó Berlín en dos desde 1961 hasta 1989 ha caído hace poco más de 20 años y que nosotros estábamos en Berlín Oriental, zona comunista, no sé de qué me estaba sorprendiendo. Sin embargo, eso cambió poco después, cuando llegamos a lo conocido como la Isla de los Museos, dándonos la bienvenida la increíble catedral berlinesa.


Continuamos nuestra caminata encontrándonos un restaurante/sala de exposiciones de Mercedes-Benz y, jo, ¡qué cochazos! Desde maravillas reliquias antiguas hasta los más modernos, pasando por maquetas. Nos quedamos un rato embobados ante aquellas maravillas que jamás podrían ser nuestras para reanudar nuestro cometido. Osos decorados que parecían recordarte la Berlinale en cada tienda y de pronto, al fondo, ella, el símbolo de la ciudad, la Puerta de Brandemburgo. No sé si será porque la primera vez que la vi era de noche y, si habéis leído un poco de lo que contaba sobre Roma, la noche me parece que hace todo más hermosa, pero, la verdad, fue amor a primera vista. 

Después de cien mil fotos a lo sumo, pasamos la Puerta de Brandemburgo para encontrarnos, a su lado con el Parlamento o Bundestag. Y, frente a él, una placa que recordaba que ahí había estado el "Muro de la vergüenza". Sinceramente, era una de las cosas que más me apenaba al recorrer Berlín, aquella muralla que separó a familiares, amigos, vecinos, simplemente porque estaban a unos metros más hacia el oeste o más hacia el este, y aún se nota la herencia que ha dejado al pasear por el lado antes comunista, antes capitalista...

La noche finalizó cuando encontramos, al fin, un lugar que nos pareció a todos propicio para cenar y tomar unas cervezas porque si no tomas una cerveza junto con una salchicha, ¿qué tipo de turista eres? Berliner fue la primera que probé, del resto ni me acuerdo del nombre, y el currywurst ¡oh, maravilloso currywurst! Risas, bebidas, comida, buena compañía, al fin y al cabo, tanto sobre la mesa como alrededor de ella, que hizo que siguiera dándole una oportunidad a una ciudad donde hacía tanto frío como aquella.

La mañana siguiente fue cansada, aunque sólo fuera por lo difícil que me iba a ser conciliar el sueño con dos de mis compañeros de habitación roncando como benditos. Desayunamos y nos encaminamos a ver algunos de los lugares que recordaban a las víctimas del holocausto nazi, aunque antes nos encontramos con una especie de banda escocesa (aunque el nombre de "Canadá" aparecía por todas partes) frente a la Puerta de Brandemburgo. Era difícil que alguna lagrimilla no se escapará al leer los testimonios en primera persona de algunos de los que sufrieron aquella injusticia, al leer cómo se rompieron familias... Hubo dos que me sorprendieron: dos mujeres de una misma familia que consiguieron "escapar" por estar casadas con hombres cristianos; el resto de sus familiares murieron en un campo de concentración. Y un fragmento de una carta de un joven que escribía a su padre para recordarle que lo quería porque sabía que dentro de poco iba a llegar su hora. Aún me emociono recordándolo pero es algo que debemos tener presente, que en Alemania te dejan presente, para que un hecho como ese jamás se vuelva a repetir.
Tras esto, continuamos conociendo rincones de Berlín entre ellos partes del muro que han decorado y colocado en algunas partes de la ciudad.

Hasta que llegó la hora de comer. Cuatro de nosotros, entramos en una pequeña trattoria italiana (admito las críticas que queráis por comer en un restaurante italiano en Alemania) donde compartimos cuarto riquísimas pizzas, y, de nuevo, separamos caminos para ir a conocer los museos que más nos apeteciesen.
El primero que "mi grupo" descubrió fue el Neues Museum donde su mayor obra era el busto de Nefertiti. No estaban permitidas las fotos y mi embelasamiento ante esa figura tan perfecta tampoco hizo que me acordase de la cámara para sacar una foto "ilegal", pero internet siempre ayuda para estas cosas:


Tras descubrir más partes del Antiguo Egipto, pasamos al Pergamon Museum cuyas obras más famosas son el Altar de Pérgamo y las Puerta de Ishtar. Aquí os dejo un pequeño ejemplo del motivo de su fama con una foto del Altar:

Cuando finalizamos la visita, teníamos una cita con el resto de nuestro compañeros para regresar al hotel, descansar y salir a cenar todos juntos. El problema de Berlín es su horario al cual no estamos acostumbrados: todo cierra antes, a las seis de la tarde el mundo ya está escondido esperando a la hora de irse a acostar. Pero a nosotros eso no nos iba a parar. Y os lo demostraré en la segunda parte del viaje a Berlín.















domingo, 20 de enero de 2013

Querida Audrey...


"Yo creo en el color rosa. Yo creo que la risa es el mejor quemador de calorías. Yo creo en besar, besar un montón. Creo en ser fuerte cuando todo parece ir mal. Yo creo que las niñas más felices son las chicas más guapas. Creo que mañana será otro día y creo en los milagros."

Querida Audrey,

Seguro que entre ayer y hoy estarás cansada de tantas cosas bonitas que te dirán por todos lados, pero, sinceramente, yo no quería ser menos. Siempre me has tenido enamorada, sí, así, con esas palabras, enamorada; no sé si era tu sonrisa o la forma en que interpretabas, quizás tu dulzura para cualquier papel o tu delicadeza a la hora de caminar que más parecía que volabas. La cuestión es que ya han pasado 20 años desde que dejaste el mundo terrenal para irte con los ángeles, porque estoy segura que allí estás, tantas buenas acciones a lo largo de tu vida no han podido quedar en el olvido por allí arriba. Nos abandonaste en 1993, yo tenía poco más de un año de vida, pero una década después, cuando comencé a conocer tu filmografía, me parecía que seguías aquí. 

Desayuno con diamantes ya es un clásico y, como clásico, fue la primera película de ti que vi. Recuerdo al pobre Gato, como lo abandonaste bajo la lluvia, pero hasta Holly tenía un corazón que no le cabía en el pecho y fue a por él (¿o a por George Peppard? Fuera por quien fuese, no te culpo, el señor Hannibal estaba muy guapo en sus años mozos); supongo que sabrías que a Truman Capote no le hizo gracia que tú fueras su personaje, pero creo que está más que claro que se equivocó, que Blake Edwards jamás podría haber encontrado a una Holly como tú. 

De la película que jamás me podré olvidar es Vacaciones en Roma. La vi poco antes de mi primer viaje a la Città Eterna, la Bocca della Verità se convirtió en un santuario y, tres años después, me encontraba viviendo en la capital italiana. ¿Te cuento un secreto? Mis paseos hasta la Boca de la Verdad se convirtieron en algo cotidiano, yo también quería encontrar un Gregory Peck y, aunque no apareció tal cual, tampoco me quejo; ¿qué nos habrá dado Roma que nos lleva hasta grandes amores? Allí también te quieren mucho, recuerdan Vacaciones en Roma en cada esquina y hasta te hicieron una exposición el año pasado.

Me hiciste sufrir mucho en Sola en la oscuridad, también he de decirte, eso de que no pudieras ver y tuvieras que acabar con un malhechor que entra en tu casa hizo mi corazón se pusiera a mil por hora. Pero era tan fácil como ponerme a ver Una cara con ángel para que se me pasara. Enfaticalismo decías… ¡Y al final terminaste con Fred Astaire del brazo!

También quiero decirte que me pareció maravilloso como perseguías a Cary Grant en Charada, ¿o él te perseguía a ti? No importa, por suerte al final él era el bueno, aunque dio tantos nombres a lo largo de las dos horas de metraje que no sé si merecía tanto cariño como le brindaste.

Y quizás esto no debería decirlo pero… ¿no eras ya una “muñequita” cuando rodaste My Fair Lady? Me gustó, claro, pero hasta de pordiosera vendedora de flores tenías en la mirada un no-sé-qué que ya te veía elegante, sofisticada, tan tú

Y, bueno, no me olvido de Sabrina. William Holden y tú os comíais la pantalla, sobre todo en esa escena en la que él te lleva en coche e intenta adivinar quién eres. Del señor Bogart… no te enfades pero prefiero a Harrison Ford en la versión que años después hicieron; es Indiana Jones, es un plus demasiado grande para mí. 

Y hay tantas y tantas y tantas otras películas pero quiero acabar con una que la tengo especial cariño… Robin y Marian. Soy una obsesa de las historias de Robin Hood, de cómo roba a los ricos para dárselo a los pobres, así que Marian es un personaje al que adoro aunque sólo sea por ser el amor del señor de los bosques. El final me dio mucha pena pero, quizás, era el adecuado: siempre juntos, a lo Romeo y Julieta…

Antes de despedirme, querida Audrey, no quiero olvidar decirte que tu labor humanitaria con Unicef hizo que muchos niños volvieran a sonreír, que todo el mundo, 20 años después de tu partida, aún se acuerda de ti, y no sólo por gran actriz, sino por todo ese tiempo que dedicaste a hacer un poco mejor el mundo, que dedicaste en hacer un poco más feliz a todos, dentro o fuera de la pantalla. Porque no habrá nadie como tú jamás.
Este es mi pequeño homenaje para aquella que, como muy bien leí hace poco, “democratizó el glamour”. Para aquella que mostró que, a veces, menos es más, porque sólo necesitaba su sonrisa para iluminar el mundo.





















lunes, 26 de noviembre de 2012

A kiss is just a kiss


Hoy no toca una entrada de viajes. O quizás sí; en realidad no hay mejor manera de viajar que a través del cine, y sino que se lo digan a Julia Roberts en Come, reza, ama. La cuestión es que hoy no es un día cualquiera, hoy se cumplen 70 años de Casablanca.

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. Debía tener quince años a lo sumo, era un viernes cualquiera de invierno, de esos en que la casa se quedaba vacía y sólo mi abuela y yo nos resguardábamos del frio. Ella en su habitación veía los programas que la televisión decidía poner a esas horas y mientras, yo, con manta y pizza, me tumbaba en el sofá con una peli preparada en el DVD. Mi hermana había comprado Casablanca hacía poco y desde hacía unos  meses el cine clásico se había instalado en mi vida como si tal cosa; Audrey Hepburn había irrumpido como un huracán con sus días rojos evaporados en Tiffany’s porque allí nada malo podía ocurrir. Y ahí estaba yo, preparada a ver una de las películas más famosas de todos los tiempos. Ya me sabía el final, como no, pero aún así había un aura demasiado especial alrededor de ese film.
No sé si será el blanco y negro, sus frases míticas o simplemente esos diálogos tan maravillosos de cuando el cine era cine, pero es muy fácil imaginarme en el Rick’s Café tomándome una copa. E Ilsa debió pensar lo mismo que yo porque de todos los bares de todo el mundo mira que entrar en ese… Dicen las malas lenguas que Bogart y Bergman no se llevaban bien pero en la pantalla supieron disimular maravillosamente bien, enamorándose mientras el mundo está en guerra…

Todos se iban enterando poco a poco de hacia dónde iba encaminada la película, se comenta que la pobre Ingrid no dejaba de dar vueltas preguntando a todo el mundo de quién se supone que estaba enamorada. Y quizás sea eso lo que haya hecho que la película ya sea un clásico, que ellos ni si quiera sabían qué tenían que hacer, qué tenían que decir y de quién se tenían que enamorar…

Y ahí está Rick, de nacionalidad borracho, un hombre que no se acuerda de lo que hizo ayer y no hace planes para la noche porque aún queda mucho tiempo. Y en el otro lado está Ilsa, en busca de su marido revolucionario. Y ella viene a quitarle de nuevo el sueño, a convertir el pasado en presente de nuevo.
Es que… ¿quién no ha sido alguna vez un poco Rick? Desaparecido para dejar el pasado atrás, donde debe estar, pero hay veces que decide volver y no sabes qué hacer. ¿Y qué me decís de Ilsa? En ocasiones no sabes si coger el avión o quedarte en tierra, si debes hacer lo correcto o lo que dicta tu corazón; y aunque decides irte porque es lo más fácil y conveniente, no dejas de pensar qué hubiera pasado si te hubieses quedado… Seguramente no hubiera sido el camino adecuado, seguramente todo se hubiera estropeado, seguramente no tendríamos un final tan perfecto como ese. Y no nos olvidemos de Laszlo, el marido de Ilsa, luchando en el exilio sin enterarse muy bien que su amada está rememorando tiempos que, sino mejores, si dejaron buenos recuerdos.

Todos nos hemos sentido alguna vez como alguno de ellos; hemos sentido que un beso es sólo un beso pero, como nuestros protagonistas, siempre hay alguno que es algo más que eso. Y es que en Casablanca si hay algo que nos deja claro es que el principio de una hermosa amistad puede llegar en cualquier momento y de quién menos lo esperas, y si esto no es así, no os aflijáis, porque siempre nos quedará París.






domingo, 4 de noviembre de 2012

De vuelta al autobús: León

Estoy tirada en la cama, un domingo cualquiera de invierno cántabro, frío y lluvia se reparten el protagonismo. Love of Lesbian suena dulcemente mientras doy vueltas y más vueltas en internet, entre facebook y twitter, series que no se cargan y películas que no logro ver. Recuerdo  este blog, abandonado de la mano de Dios porque su creadora es tan sumamente vaga que ya no quiere ni compartir sus experiencias con aquél que pueda llegar, sin quererlo, a leer en algún momento sus palabras. Puede que Italia me haya dejado tocada, trasnochada, ida, y me sea cada vez más complicado escribir cualquier cosa acerca de un viaje. No hay Roma, ni Florencia, ni Venecia, y Callejeros Viajeros se encarga de recordármelo constantemente. Sin embargo, me pongo a pensar y me doy cuenta que es imposible quejarse de España, un país con tantas maravillas por metro cuadrado como nuestro primo el que tiene forma de bota. Y así es como he decidido que ya toca volver a la carga, esta vez con León.

Fue sólo un fin de semana, tan corto como puede imaginarse y más con un bus que llega retrasado. A las doce y cuarto de la noche aparezco por la estación y mi amiga Ángela me espera. Con la bolsa en la mano nos disponemos a ir hasta su piso, el cuál ocuparé sin ningún reparo un par de días. Teníamos intención de salir pero esas casi cuatro horas de trayecto en carretera me han dejado rendida así que lo mejor que se podía hacer era comer una pizza y a dormir, que el día siguiente iba a ser largo.

El sábado nos levantamos a una hora decente, desayunamos, nos abrigamos y a descubrir León. Nada más salir de la casa comprobé que el sol leonés no caliente, el frío de octubre llegaba hasta los huesos con polar incluido.
Lo primero que vi fue un parque, uno de los tantos, en el cual una estatua de San Francisco de Asís daba la bienvenida. 
 Después de hacer un recorrido por dicho parque y sacar alguna que otra foto, continuamos nuestra ronda por León.
Fuimos caminando poco a poco, callejeando, perdiéndonos, dando vueltas sin saber muy bien donde acabaríamos... Y terminamos en una feria de libros antiguos. Dando vueltas encontré alguno que otro interesante pero al final ninguno que me tentase del todo (estaba sumergiéndome entre páginas raídas buscando alguna traducción de mi querida Jane Austen, pero no hubo suerte).



Ahí al lado, Gaudí sentado en un banco frente a uno de sus edificios, dibujando sobre su libreta (a lo que luego volveré) y un plano de la ciudad desde su época romana, pasando por la Medieval y terminando en la actual. Una paloma se posa en busca del agua de lluvia que se había quedado encerrada entre los recovecos de la representación de la urbe. Parecía que vivíamos la destrucción del mismísimo Godzilla en forma de animal alado, pero esto es tan sólo una anécdota.

Después de esto, pusimos paso firme y ligero hasta lo que hoy es el Parador San Marcos, antiguo monasterio que daba cobijo a todos los peregrinos que buscasen un poco de descanso, y en conmemoración de ello, uno de estos peregrinos observa relajado la maravillosa fachada de este lugar de reposo.
Pero antes de esto pasamos por una plaza donde todas las sedes de bancos se aglutinan. ¡Y vaya lugar! ¡No son listos ni nada! Hermosos edificios que podrían haber sido ocupados por cualquier conde o duque años atrás. Y allí, de pronto, un hombre gigante nos saludaba cómodamente con sus grandes manos.






De nuevo nos pusimos en marcha para terminar en la catedral. Como cualquier ciudad de pasado más que visible medieval, todas las calles dan a parar hasta la iglesia, majestuosa, gótica y el mayor reclamo para visitar León. Lo que más pena me dio es haberme marchado sin poderla ver por dentro pero seguramente podré sacar algún que otro momento para pasarme por la ciudad castellana y disfrutar de las vidrieras del templo. La suerte fue poder verla en dos momentos diferentes del día, cuando el sol aún estaba en lo alto y cuando el astro rey decidió dejar el protagonismo a su compañera la luna.

Tras tanta caminata y pasear sobre la antigua muralla romana (o lo queda de ella, además de las partes reconstruidas), nos pusimos en camino de nuevo a la casa de Ángela. Allí preparé unos spaghetti alla bolognesa, en recuerdo de mi estancia italiana, lo único que sé hacer bien, y pude comprobar que a los compañeros de mi amiga no les disgustaron en absoluto.
Con una breve pausa para la sobremesa y comer un poco de panettone, tocaba la vuelta al turismo que no había apenas tiempo. Paseamos de nuevo por la catedral y terminamos en busca de calor en la cafetería de los Café Quijano decorada con guiños a canciones y álbumes de sus propietarios, como este Buda colocado entre los dos tramos de escalera.





Y después a sacarnos la foto con Gaudí. Lo más probable es que sea algo que solamente me pase a mí, pero verle ahí, tan inmóvil como estatua es, me hizo pensar en el de carne y hueso, sentado en ese mismo banco, dibujando frente a un hueco o un edificio ya viejo, calculando los tamaños, la decoración, formando con un lápiz y un cuaderno lo que sería su nueva obra. Esta claro que esto no ocurrió pero me encanta inventarme historias sobre la marcha.


El frío volvía a hacerse patente y el hambre también, así que fuimos a probar los cortos. Por 1.20€ o 1.40€ a lo sumo, cerveza pequeña y tapa, pero, ¡ay, amigo, qué tapa! Con dos ya comes. En la primera nos dieron patatas con bacon, en la segunda una especie de croqueta alargada rellena de lo que deseáramos  en nuestro caso, queso, y en el tercer y último lugar un sandwich y una tosta. Todo esto para tener aguante que la noche se presentaba muy larga debido al cambio de horario.
Nos arreglamos y de camino a casa de unos amigos de Ángela. Y después de allí a los bares leoneses. A las seis de la mañana al fin volví a la cama para dormir lo suficiente y no estar muerta el domingo, que a las tres de la tarde tomaba un bus de vuelta a Torrelavega.

Al llegar a casa y sentarme en el sofá noté el cansancio de estos días, pocos pero intensos. Y ya contando los días para el próximo viaje que haga. España aún tiene muchas cosas que ver, así que esperaré a que otro lugar grite mi nombre para visitarlo y desde aquí os mostraré si me ha dejado tan buen sabor de boca como lo ha hecho León.






P.S.: por supuesto agradecer a Ángela Martínez, Mini para los amigos, que me haya mostrado la ciudad que ahora es su casa, que me haya aguantado hasta el punto de dejarme dormir con ella y que me haya brindado la oportunidad de redescubrir una ciudad que tenía olvidado en algún huequecito de mi mente de niña.





lunes, 20 de agosto de 2012

Carta de amor a Roma

Querida  Roma, ha pasado ya un mes desde que nos separamos y no puedes hacerte a la idea de lo que te echo de menos, cada día más. Nuestra historia es graciosa de explicar, cómo llegué hasta ti cargada de sueños e ilusiones y cómo aquellos días fastidiosos de enero empezaste a caerme gorda aunque me era imposible enfadarme contigo, siempre tan dispuesta a todo… Y al final me demostraste que estar triste entre tus muros es algo casi imposible porque hay un millón de recovecos donde esconderse a llorar y, por raro que parezca, en cuanto los encuentras, tu vista está tan ocupada en disfrutar de ellos que no deja paso a las lágrimas. Así fue como, tras un breve desengañado amoroso, volví a confiar en ti, volví a enamorarme de tus calles, de tu historia, de tu idolatrado Coliseo como si fuese el primer día.

La pasta y la pizza característica de tu gastronomía se mezclaron en mis carnes con tus cafés después de comer, donde los españoles llevamos nuestra más que larga sobremesa a tierras italianas, con los helados de dupplo y nutella frente al Panteón, viendo como pasa de estar iluminado por el sol a saludar alegremente a la luna y las estrellas que parecen darse codazos para estar en primera fila del más maravilloso concierto del mundo, o la Pompi y sus ricos tiramisús... Pero creo, con permiso de otros muchos lugares, que la mayor característica que tienes, mi querida Ciudad Eterna, es que te quedas con parte de los corazones de aquellos que te visitan así que, ¿qué puedo decir yo, que he tenido el placer y el privilegio de poder vivir contigo, en ti? Ya sabes cuánto lloré cuando empecé a aceptar que el sueño de estar contigo para siempre se estaba agotando; no sé donde estarán mis lágrimas ahora, quizás continúen bailando dulcemente entre las aguas del Tíber o quizás hayan desaparecido por alguna alcantarilla, no me importa, porque sé que lo que tuvimos fue real, porque sé que me va a ser imposible olvidarte. ¡Tantas cosas buenas me diste que no soy capaz ni de enumerarlas aquí! Queda entre nosotras, tú lo sabes, yo lo sé y quienes deben saberlo también; porque sí, sobre todo me quedo con aquellos amigos que me brindaste, con aquellos amigos que aún están ahí, aquellos que aún me preguntan qué tal y que me dicen cuánto me echan de menos y que, por supuesto, yo les respondo con que a mí también me faltan mucho. Las risas, los paseos, los secretos, las fiestas descontroladas que terminaban a las tantas de la mañana donde cuadraba. Escribiéndote esto, siento los ojos húmedos, pero ya ha pasado mucho tiempo como para llorar por ti, ¿no crees? Y más sabiendo que nos vamos a reencontrar, te lo prometí y yo siempre cumplo mis promesas.

Aún no tengo fecha de retorno para volver a sentirte como el primer día, para volver a enloquecer con tu tráfico, con tus italianos a lo “ciao, amore”, a descubrir que un beso siempre es más dulce con la Fontana di Trevi de fondo… Y cuento los días para volver a verte aunque ya te he dicho que no sé cuándo será pero así me entristezco menos pensando que cada día queda menos para nuestro reencuentro.

Te prometo que vaya donde vaya, descubra la ciudad que descubra, el mayor “te quiero” siempre será para ti, guardado en una esquinita del mio cuore, esperando impaciente a poder decírtelo de nuevo cara a cara. Yo nunca te voy a olvidar, espero que tú nunca lo hagas tampoco.

Siempre tuya,
R.

domingo, 19 de agosto de 2012

Festivaleo 2012, segunda parte: Sonorama Ribera

Y aquí estoy de nuevo, con el final de mi etapa festivalera de este año (o verano, al menos). El Sonorama Ribera empezó con problemas: no teníamos tienda de campaña. Así que, dos días antes, mi adorable hermana busca y rebusca una tienda y una colchoneta para que mi espalda no vuelva a sufrir el doloroso odio que el suelo la tiene y pueda descansar, o al menos intentarlo, durante los tres días de festival que íbamos a vivir.

El trayecto en autobús no se hizo ni tan cansado como esperaba y eso que teníamos que hacer una parada en Burgos hasta llegar a Aranda de Duero, cargadas con todos los bártulos que iban a ser nuestras pequeñas casas de caracol. 
El calor era horrible, seco, y a cada paso que daba una gota de sudor se resbalaba por mi frente. Seguramente por eso, o por ser lo más vago del lugar, dos de nuestras compañeras se desviaron de nuestra ruta para tomar un taxi mientras las otras cuatro valientes soportábamos las altas temperaturas castellanas por descampados amarillos que parecían no  haber olido la lluvia desde hacía milenios hasta llegar al camping. Bueno, camping, parque habilitado como tal pero, sinceramente, muy bien hecho. 
Nos encontramos por llegar con cientos de tiendas hasta que encontramos un lugar perfecto para colocar las nuestras. Y nos damos cuenta que ninguna de nosotras ha traído un martillo de goma para clavar las clavijas en el suelo, o un hinchador para inflar lo que serían nuestros colchones. Pero sabemos elegir zona y nuestros vecinos estaban de lo más preparados. El último día, cuando ya nos marchábamos bien temprano, les dejábamos sobre su mesa (preparación al 100% esta gente) las cervezas que no habíamos bebido a modo de agradecimiento y con nota incluida.

Y llega el día. Como todos los jueves de festival, me dormía en cada esquina, abría la boca más de diez veces por segundo (si eso es posible) y contaba los segundos para volver a la tienda; como veis, poco que reseñar aquí.

El viernes empezamos el día bajando al pueblo ya que en la plaza comenzaban los conciertos gratuitos para todos los originarios del lugar y para aquellos que habíamos ocupado sus calles para pasar unos días. Comenzamos con Eladio y los seres queridos, y como no, con mucho calor; un hombre desde uno de los balcones de los edificios que formaban la plaza no dejaba de echarnos agua con una manguera. Y se agradeció. Muy mucho. Después continuamos a las dos de la tarde con Sidonie pero los dejamos a medias para ir a refrescarnos a la piscina, donde comimos y expulsamos un poco el calor hasta la llegada de la noche.
Y llegó el momento de conciertos de nuevo, que era para lo que habíamos venido. The Monomes abrían nuestra etapa oscura a las nueve y media de la noche. Un poco de Willy Naves para dar por el gusto a mis Claras y ya a preparar escenario para Love of Lesbian escuchando a Corizonas y más tarde, en la lejanía a We are Standard. Como la semana anterior, los "lesbianos" no defraudaron. Y volvimos a gritar, a saltar, a cantar... Mi voz ya fallaba en algunos agudos y aún me quedaba otra jornada para darlo todo. Pero da igual, como ya he dicho, a eso veníamos, a enloquecer durante tres días como si no hubiera mañana con el idioma universal como es la música, a sentir a la persona que tienes al lado que está gritando tanto o más que tú, que se emociona cuando cantan su canción favorita y como ella ve el modo en que te emocionas tú cuando cantan la tuya... Hermandad festivalera, digamos, siempre hay buen rollo entre cachis de cerveza y calimocho, colas en los baños o a la espera de comer un trozo de pizza. Y aquí os dejo parte de la magia con la que vivimos a Love of Lesbian http://www.fangazing.com/loveoflesbian/El_Sonorama_grita.html
Después de esto, Kakkmaddafakka, un grupo que no había oído en mi vida, nos hacía los coros mientras reponíamos fuerza llenando el buche para poder continuar la noche con los Dj's. Fiesta y más fiesta hasta las cinco, que teníamos que prepararnos para el día siguiente.

¿Y qué fue al día siguiente? Despertarnos e irnos directamente a darnos unos chapuzones en la piscina que además tocaba fiesta ese día. Estuvimos hasta que el sol decidió despedirse de nosotras, así que de nuevo a la tienda, una ducha (fría) para quitarnos el cloro, ponernos monas y ¡ala!, a continuar con el festivaleo que tanto nos gusta.
Comenzamos con The Dandy Warhols. El momento de mayor esplendor, como no, llegó cuando tocaron Bohemian like You, el más mítico de sus temas y que todo el mundo coreaba, aunque, como dos años atrás cuando tuve el placer de verlos por primera vez, cerraron el chiringuito con Get Off, otro tema mítico de la banda.
Finalizó el concierto y fuimos como posesas a tomar el lugar que nos correspondía: las vallas de primera fila. Mientras Fuel Fandango daban caña, nosotras esperábamos a Vetusta Morla. A los gritos de "el del bidón", los de Tres Cantos se presentan ante el público y nosotras encantadas de poder volver a verlos. Si aguantamos como campeonas el chaparrón que cayó en Santander para verlos y disfrutamos como enanas, podéis imaginaros como vibramos con ese concierto y, para colmo, al acabar, nos comunican que en las pantallas gigantes a los laterales del escenario sólo salíamos nosotras. Somos fan, que le vamos a hacer.

En ese momento, sin saber cómo, terminamos esparcidos por todo el recinto. Unos van a cenar, otros a ver  a El Columpio Asesino y yo a gritarle a los pipas que me regalen algo de los chicos de Madrid. Y me llevo dos setlist después de gritar y llorarle mucho a uno de ellos.

Sidonie vuelven a escena después del concierto dado en el pueblo el día antes. Es muy similar al que nos brindaron una semana atrás, sólo que esta vez dieron más de ellos mismos, incluso nos cantaron una canción de más, Nuestro baile del viernes, y versionaron la canción Kids de MGMT ¡en español! El mal sabor de boca que días antes habían conseguido dejarme, se deshizo en dulce miel después de ese concierto. ¡Esos eran los Sidonie que había visto por primera vez! Esto fue a las dos de la mañana así que podéis imaginar que hicimos: nos encontramos de nuevo y nos fuimos a terminar la noche entre bailoteo y bailoteo de más Dj's.

El domingo nos levantamos muy pronto. Sin haber casi dormido gracias a los gritos que algunas personas que decidieron montar su propia fiesta en el camping, recogimos todo como pudimos, a tacto, si nos descuidamos, ya que parecía que nuestro ojos no estaban muy por la labor de abrirse. A las diez y media ya estábamos de nuevo camino a Burgos con una parada de casi tres horas en cuanto llegásemos a la estación. Había que hacer tiempo. Nos dividimos en dos grupos: mientras unas cuidaban de los cacharros, otras que fueran a desayunar para que no se hiciera tan pesada la espera. Yo entre en el primer saco junto a Aida y Laura. Esta última es de Burgos así que nos contó alguna que otra cosa sobre su más impresionante monumento: la Catedral, recién restaurada (la han limpiado para que vuelva a tener el color de antaño o, al menos, que esté más cercano al original). Y tras esto y un pincho de tortilla con un refresco, fuimos a relevar a nuestras compañeras.
Cuando al fin subimos en el bus hacia Torrelavega lo primero que hice fue quedarme dormida. Necesitaba descansar. Mis padres me recogieron y, aunque intentaba contarles algo, me era imposible, la voz no me salía, no quería ni si quiera hacer un esfuerzo, estaba acurrucada, escondida en algún lugar de mi garganta, descansando de tanto grito hasta que estuviera lista para volver a ser la de siempre. Y eso mismo hice yo en cuanto llegue a casa, meterme en mi cama a ver si mi cuerpo volvía a funcionar con total normalidad.

Festivales de música. Unos piensan qué diversión encontramos los jóvenes en dormir en tiendas de campaña, ducharnos con agua fría, comer a bocadillos y rompernos la voz con una panda de grupos durante cuatro días. Otros, en cambio, lo ven como una maravillosa experiencia el compartir un mínimo espacio para descansar con X número de personas, el compartir los gritos de "¡Ay, que fría!", el compartir tu pan y tu queso preparando el bocadillo a tu amigo y el compartir, en una sola voz, una canción que las cientos de personas que estamos allí, dándonos calor, empujones, sonrisas de vez en cuando, hemos cantado solos miles de veces. Porque en esos días que estás ahí, que te olvidas un poco de todo lo que hay a tu alrededor, desconectas, hablas con desconocidos mientras esperas a pedir una cerveza, sabes que todos estáis ahí por una misma razón, un mismo sentimiento, el más bonito y precioso del mundo: el amor a la música.