sábado, 18 de mayo de 2013

Hoy tiene un adoquín en su despacho del muro de Berlín

Entre Guerra Fría, epígrafes romanos, el British y el Louvre, los Foros Romanos y las necrópolis vacceas, mi vida está colapsada. Hasta tal punto que me había olvidado de contar el final de mi viaje a Berlín. 
Guardo los mil recuerdos aunque, pasados ya tantos meses, no recuerdo que día hice qué cosa y que día hice la otra. 
Así que, si perdonáis mis tardanzas, os contaré un poco más de esta ciudad, todo seguido, sin daros tiempo a respirar o a dormir entre visita y visita, porque no recuerdo cuándo me tocaron a mí esos descansos.

La última vez que os escribí me quedé encerrada en el Pergamon Museum. Pues bien, ojeando las fotos del viaje creo recordar que poco después visitamos el campo de concentración de Sachsenhausen. Mi conciencia se movía entre si ir o no, ¿demasiado morbo? ¿O quizás sumamente interesante saber, para una historiadora como yo, los auténticos horrores de la II Guerra Mundial? Entre una cosa y otra, al final decidí ir. Y no me arrepiento. Lo hemos visto en películas (es más, este campo de concentración es el lugar donde se encontraban presos aquellos hombres de la película Los Falsificadores, 100% recomendable), nos han hablado de ello, pero no se sabe hasta qué punto la maldad y la crueldad humana pueden llegar a hacerse patentes con otro ser humano. 
Pasamos frío aún abrigados hasta los ojos, y tuvimos que comer en el tren de camino a la capital alemana. 

Ya de nuevo entre las calles de Berlín, pasamos a ver la otra cara de la ciudad. Si como ya comente nuestro hotel estaba en la antigua parte comunista, se puede todavía sentir las diferencias con la parte occidental del muro: luces, tráfico, tiendas... 

Pero, personalmente, una de las visitas que más me gustaron fue el Museo de Historia. Admito que su organización no era la mejor, todo demasiado junto, incluso cuadros tapados por vitrinas que se colocaron delante de ellos, pero conseguir en un sólo edificio mostrar la historia de la humanidad, hizo que me pareciese hermoso. Había de todo, todo lo que te puedas imaginar, allí estaba: barcos de guerra, estatuas, armaduras medievales, vestidos de época, juguetes... Aquí os dejo una breve recopilación. El último que os muestro es un cuadro que no recuerdo ni el nombre del autor ni el de la propia obra pero me gustó, no sé si es por el modo en que parece que de verdad esos dos burgueses se quieren o qué, pero me hizo sonreír la primera (y única) vez que lo vi.









Justo al lado, un mercadillo por el que pululamos hasta la hora de comer. Por la tarde, recuerdo la decepción por la tienda de segunda mano que parecía que iba a ser de lo más maravillosa, pero no. Cerrada parecía algo totalmente diferente a cuando estabas dentro. Y no quiero hacer más mala sangre de aquel recuerdo

Y ya salimos. Fuimos a un bar a beber unas cervezas y a jugar a unos dardos (jamás entenderé porque perdí habiendo dado en la diana unas seis veces). Algunos de nuestros compañeros (tres, para ser exactos) decidieron continuar la noche de fiesta y llegaron a las tantas de la mañana despertando a toda la habitación. Ellos si que vivieron de verdad la fiesta berlinesa. Sin embargo, nosotras no lo hicimos tan mal: paseos por la nieve esperando nuestro tranvia.


Cansadas, tres de nosotras nos levantamos a una hora decente para descubrir uno de los mercadillos que se colocaban en la ciudad. Sí, nevaba; sí, hacía frío. Pero es que adoro esos mercadillos al estilo Portobello en Londres o Porta Portese en Roma. Y no decepcionó. Todas compramos algo. Yo, para no variar, un vinilo de The Beatles, uno más para la colección de discos comprados en este tipo de mercadillos.


Lo que nos esperaba por la tarde era el final del viaje. Descubrir los lugares más recónditos de la ciudad, "El tour alternativo", conociendo a los grafiteros que dejaban sus marcas por todos los muros de Berlín, los problemas entre ellos, un Banksy que alguien robó... 




Y al fin lo que esperábamos ver: el muro que separó a Alemania durante años, que hizo que familias, amigos y vecinos se dividieran, que hizo que el mundo quedase sumido en una bipolaridad entre occidente y oriente; el muro que hizo que tantas personas perdieran la vida por su libertad y que, por fin, en 1989 desapareció. Pero aún quedan recuerdos de él, no lo terminaron de destruir del todo, lo pintaron para que el turista que se acerque a la ciudad pueda recordar un poco más de la historia, ya no sólo del país, sino de la humanidad.


Con esto acabó nuestro viaje, cena rápida en el hotel y a dormir lo que pudiéramos, que a las cinco de la mañana había que estar en pie para ir a buscar el avión hasta Madrid. Y en Barajas, cinco horas de espera. Una pena que fuera un miércoles y no tuviera con quien quedar en la capital española...

¿Qué decir de Berlín? Ciudad de contrastes, comunismo y capitalismo se enfrentan aún en cada calle, en cada zona. Cuna de la historia contemporánea, hace que te des cuenta por cuánto ha tenido que pasar este mundo para estar donde estamos ahora, aunque aún estemos tropezándonos de vez en cuando en la misma piedra. 

Berlín, ciudad que no deja a nadie indiferente.




jueves, 21 de marzo de 2013

"Se cayó el muro de Berlín y no conocí al mago Merlín"

Decepcionada ante la imposibilidad de finalizar con la película que hace algunos días comencé (voy por partes, como capítulos de series), vuelvo a las andadas de este blog para contar un poco qué ha sido de mi vida. Dos viajes tengo en la recámara de mi memoria, que espero no se agoten antes de tiempo, pero, hoy por hoy, me toca explicar el último realizado: Berlín.

Viaje de fin de carrera y nos asaltaba la duda: ¿dónde? Somos historiadores, queremos algo que nos sirva para divertirnos y conocer algo de lo que tanto hemos oído hablar a lo largo de estos cuatro años de carrera. Y salió la capital alemana. Cervezas, currywust y muchas cosas que ver.

Salimos el 6 de marzo hacia Madrid a las siete de la mañana. La demacrada ya estaba en proceso y eso que aún no habíamos hecho nada. Un par de horas después, nuestro avión destino Berlín empezaba a agitar sus alas.

Ya era de noche cuando llegamos. Cargados con las maletas, nos encaminamos como pobres turistas perdidos hacia el metro buscando desesperadamente la dirección Alexanderplatz, donde se encontraba nuestro hotel. Y tras vueltas y más vueltas, llegamos al albergue. Lo primero que hicimos al llegar fue tirar las maletas y tumbarnos un rato en la cama, era necesario un poco de descanso si teníamos intención de hacer algo.

Con las pilas cargadas, salimos a conocer un poco la zona donde nos alojaríamos durante cinco días. Mi primera impresión fue que todo era gris, cuadrado… Teniendo en cuenta que el muro que separó Berlín en dos desde 1961 hasta 1989 ha caído hace poco más de 20 años y que nosotros estábamos en Berlín Oriental, zona comunista, no sé de qué me estaba sorprendiendo. Sin embargo, eso cambió poco después, cuando llegamos a lo conocido como la Isla de los Museos, dándonos la bienvenida la increíble catedral berlinesa.


Continuamos nuestra caminata encontrándonos un restaurante/sala de exposiciones de Mercedes-Benz y, jo, ¡qué cochazos! Desde maravillas reliquias antiguas hasta los más modernos, pasando por maquetas. Nos quedamos un rato embobados ante aquellas maravillas que jamás podrían ser nuestras para reanudar nuestro cometido. Osos decorados que parecían recordarte la Berlinale en cada tienda y de pronto, al fondo, ella, el símbolo de la ciudad, la Puerta de Brandemburgo. No sé si será porque la primera vez que la vi era de noche y, si habéis leído un poco de lo que contaba sobre Roma, la noche me parece que hace todo más hermosa, pero, la verdad, fue amor a primera vista. 

Después de cien mil fotos a lo sumo, pasamos la Puerta de Brandemburgo para encontrarnos, a su lado con el Parlamento o Bundestag. Y, frente a él, una placa que recordaba que ahí había estado el "Muro de la vergüenza". Sinceramente, era una de las cosas que más me apenaba al recorrer Berlín, aquella muralla que separó a familiares, amigos, vecinos, simplemente porque estaban a unos metros más hacia el oeste o más hacia el este, y aún se nota la herencia que ha dejado al pasear por el lado antes comunista, antes capitalista...

La noche finalizó cuando encontramos, al fin, un lugar que nos pareció a todos propicio para cenar y tomar unas cervezas porque si no tomas una cerveza junto con una salchicha, ¿qué tipo de turista eres? Berliner fue la primera que probé, del resto ni me acuerdo del nombre, y el currywurst ¡oh, maravilloso currywurst! Risas, bebidas, comida, buena compañía, al fin y al cabo, tanto sobre la mesa como alrededor de ella, que hizo que siguiera dándole una oportunidad a una ciudad donde hacía tanto frío como aquella.

La mañana siguiente fue cansada, aunque sólo fuera por lo difícil que me iba a ser conciliar el sueño con dos de mis compañeros de habitación roncando como benditos. Desayunamos y nos encaminamos a ver algunos de los lugares que recordaban a las víctimas del holocausto nazi, aunque antes nos encontramos con una especie de banda escocesa (aunque el nombre de "Canadá" aparecía por todas partes) frente a la Puerta de Brandemburgo. Era difícil que alguna lagrimilla no se escapará al leer los testimonios en primera persona de algunos de los que sufrieron aquella injusticia, al leer cómo se rompieron familias... Hubo dos que me sorprendieron: dos mujeres de una misma familia que consiguieron "escapar" por estar casadas con hombres cristianos; el resto de sus familiares murieron en un campo de concentración. Y un fragmento de una carta de un joven que escribía a su padre para recordarle que lo quería porque sabía que dentro de poco iba a llegar su hora. Aún me emociono recordándolo pero es algo que debemos tener presente, que en Alemania te dejan presente, para que un hecho como ese jamás se vuelva a repetir.
Tras esto, continuamos conociendo rincones de Berlín entre ellos partes del muro que han decorado y colocado en algunas partes de la ciudad.

Hasta que llegó la hora de comer. Cuatro de nosotros, entramos en una pequeña trattoria italiana (admito las críticas que queráis por comer en un restaurante italiano en Alemania) donde compartimos cuarto riquísimas pizzas, y, de nuevo, separamos caminos para ir a conocer los museos que más nos apeteciesen.
El primero que "mi grupo" descubrió fue el Neues Museum donde su mayor obra era el busto de Nefertiti. No estaban permitidas las fotos y mi embelasamiento ante esa figura tan perfecta tampoco hizo que me acordase de la cámara para sacar una foto "ilegal", pero internet siempre ayuda para estas cosas:


Tras descubrir más partes del Antiguo Egipto, pasamos al Pergamon Museum cuyas obras más famosas son el Altar de Pérgamo y las Puerta de Ishtar. Aquí os dejo un pequeño ejemplo del motivo de su fama con una foto del Altar:

Cuando finalizamos la visita, teníamos una cita con el resto de nuestro compañeros para regresar al hotel, descansar y salir a cenar todos juntos. El problema de Berlín es su horario al cual no estamos acostumbrados: todo cierra antes, a las seis de la tarde el mundo ya está escondido esperando a la hora de irse a acostar. Pero a nosotros eso no nos iba a parar. Y os lo demostraré en la segunda parte del viaje a Berlín.















domingo, 20 de enero de 2013

Querida Audrey...


"Yo creo en el color rosa. Yo creo que la risa es el mejor quemador de calorías. Yo creo en besar, besar un montón. Creo en ser fuerte cuando todo parece ir mal. Yo creo que las niñas más felices son las chicas más guapas. Creo que mañana será otro día y creo en los milagros."

Querida Audrey,

Seguro que entre ayer y hoy estarás cansada de tantas cosas bonitas que te dirán por todos lados, pero, sinceramente, yo no quería ser menos. Siempre me has tenido enamorada, sí, así, con esas palabras, enamorada; no sé si era tu sonrisa o la forma en que interpretabas, quizás tu dulzura para cualquier papel o tu delicadeza a la hora de caminar que más parecía que volabas. La cuestión es que ya han pasado 20 años desde que dejaste el mundo terrenal para irte con los ángeles, porque estoy segura que allí estás, tantas buenas acciones a lo largo de tu vida no han podido quedar en el olvido por allí arriba. Nos abandonaste en 1993, yo tenía poco más de un año de vida, pero una década después, cuando comencé a conocer tu filmografía, me parecía que seguías aquí. 

Desayuno con diamantes ya es un clásico y, como clásico, fue la primera película de ti que vi. Recuerdo al pobre Gato, como lo abandonaste bajo la lluvia, pero hasta Holly tenía un corazón que no le cabía en el pecho y fue a por él (¿o a por George Peppard? Fuera por quien fuese, no te culpo, el señor Hannibal estaba muy guapo en sus años mozos); supongo que sabrías que a Truman Capote no le hizo gracia que tú fueras su personaje, pero creo que está más que claro que se equivocó, que Blake Edwards jamás podría haber encontrado a una Holly como tú. 

De la película que jamás me podré olvidar es Vacaciones en Roma. La vi poco antes de mi primer viaje a la Città Eterna, la Bocca della Verità se convirtió en un santuario y, tres años después, me encontraba viviendo en la capital italiana. ¿Te cuento un secreto? Mis paseos hasta la Boca de la Verdad se convirtieron en algo cotidiano, yo también quería encontrar un Gregory Peck y, aunque no apareció tal cual, tampoco me quejo; ¿qué nos habrá dado Roma que nos lleva hasta grandes amores? Allí también te quieren mucho, recuerdan Vacaciones en Roma en cada esquina y hasta te hicieron una exposición el año pasado.

Me hiciste sufrir mucho en Sola en la oscuridad, también he de decirte, eso de que no pudieras ver y tuvieras que acabar con un malhechor que entra en tu casa hizo mi corazón se pusiera a mil por hora. Pero era tan fácil como ponerme a ver Una cara con ángel para que se me pasara. Enfaticalismo decías… ¡Y al final terminaste con Fred Astaire del brazo!

También quiero decirte que me pareció maravilloso como perseguías a Cary Grant en Charada, ¿o él te perseguía a ti? No importa, por suerte al final él era el bueno, aunque dio tantos nombres a lo largo de las dos horas de metraje que no sé si merecía tanto cariño como le brindaste.

Y quizás esto no debería decirlo pero… ¿no eras ya una “muñequita” cuando rodaste My Fair Lady? Me gustó, claro, pero hasta de pordiosera vendedora de flores tenías en la mirada un no-sé-qué que ya te veía elegante, sofisticada, tan tú

Y, bueno, no me olvido de Sabrina. William Holden y tú os comíais la pantalla, sobre todo en esa escena en la que él te lleva en coche e intenta adivinar quién eres. Del señor Bogart… no te enfades pero prefiero a Harrison Ford en la versión que años después hicieron; es Indiana Jones, es un plus demasiado grande para mí. 

Y hay tantas y tantas y tantas otras películas pero quiero acabar con una que la tengo especial cariño… Robin y Marian. Soy una obsesa de las historias de Robin Hood, de cómo roba a los ricos para dárselo a los pobres, así que Marian es un personaje al que adoro aunque sólo sea por ser el amor del señor de los bosques. El final me dio mucha pena pero, quizás, era el adecuado: siempre juntos, a lo Romeo y Julieta…

Antes de despedirme, querida Audrey, no quiero olvidar decirte que tu labor humanitaria con Unicef hizo que muchos niños volvieran a sonreír, que todo el mundo, 20 años después de tu partida, aún se acuerda de ti, y no sólo por gran actriz, sino por todo ese tiempo que dedicaste a hacer un poco mejor el mundo, que dedicaste en hacer un poco más feliz a todos, dentro o fuera de la pantalla. Porque no habrá nadie como tú jamás.
Este es mi pequeño homenaje para aquella que, como muy bien leí hace poco, “democratizó el glamour”. Para aquella que mostró que, a veces, menos es más, porque sólo necesitaba su sonrisa para iluminar el mundo.