domingo, 4 de noviembre de 2012

De vuelta al autobús: León

Estoy tirada en la cama, un domingo cualquiera de invierno cántabro, frío y lluvia se reparten el protagonismo. Love of Lesbian suena dulcemente mientras doy vueltas y más vueltas en internet, entre facebook y twitter, series que no se cargan y películas que no logro ver. Recuerdo  este blog, abandonado de la mano de Dios porque su creadora es tan sumamente vaga que ya no quiere ni compartir sus experiencias con aquél que pueda llegar, sin quererlo, a leer en algún momento sus palabras. Puede que Italia me haya dejado tocada, trasnochada, ida, y me sea cada vez más complicado escribir cualquier cosa acerca de un viaje. No hay Roma, ni Florencia, ni Venecia, y Callejeros Viajeros se encarga de recordármelo constantemente. Sin embargo, me pongo a pensar y me doy cuenta que es imposible quejarse de España, un país con tantas maravillas por metro cuadrado como nuestro primo el que tiene forma de bota. Y así es como he decidido que ya toca volver a la carga, esta vez con León.

Fue sólo un fin de semana, tan corto como puede imaginarse y más con un bus que llega retrasado. A las doce y cuarto de la noche aparezco por la estación y mi amiga Ángela me espera. Con la bolsa en la mano nos disponemos a ir hasta su piso, el cuál ocuparé sin ningún reparo un par de días. Teníamos intención de salir pero esas casi cuatro horas de trayecto en carretera me han dejado rendida así que lo mejor que se podía hacer era comer una pizza y a dormir, que el día siguiente iba a ser largo.

El sábado nos levantamos a una hora decente, desayunamos, nos abrigamos y a descubrir León. Nada más salir de la casa comprobé que el sol leonés no caliente, el frío de octubre llegaba hasta los huesos con polar incluido.
Lo primero que vi fue un parque, uno de los tantos, en el cual una estatua de San Francisco de Asís daba la bienvenida. 
 Después de hacer un recorrido por dicho parque y sacar alguna que otra foto, continuamos nuestra ronda por León.
Fuimos caminando poco a poco, callejeando, perdiéndonos, dando vueltas sin saber muy bien donde acabaríamos... Y terminamos en una feria de libros antiguos. Dando vueltas encontré alguno que otro interesante pero al final ninguno que me tentase del todo (estaba sumergiéndome entre páginas raídas buscando alguna traducción de mi querida Jane Austen, pero no hubo suerte).



Ahí al lado, Gaudí sentado en un banco frente a uno de sus edificios, dibujando sobre su libreta (a lo que luego volveré) y un plano de la ciudad desde su época romana, pasando por la Medieval y terminando en la actual. Una paloma se posa en busca del agua de lluvia que se había quedado encerrada entre los recovecos de la representación de la urbe. Parecía que vivíamos la destrucción del mismísimo Godzilla en forma de animal alado, pero esto es tan sólo una anécdota.

Después de esto, pusimos paso firme y ligero hasta lo que hoy es el Parador San Marcos, antiguo monasterio que daba cobijo a todos los peregrinos que buscasen un poco de descanso, y en conmemoración de ello, uno de estos peregrinos observa relajado la maravillosa fachada de este lugar de reposo.
Pero antes de esto pasamos por una plaza donde todas las sedes de bancos se aglutinan. ¡Y vaya lugar! ¡No son listos ni nada! Hermosos edificios que podrían haber sido ocupados por cualquier conde o duque años atrás. Y allí, de pronto, un hombre gigante nos saludaba cómodamente con sus grandes manos.






De nuevo nos pusimos en marcha para terminar en la catedral. Como cualquier ciudad de pasado más que visible medieval, todas las calles dan a parar hasta la iglesia, majestuosa, gótica y el mayor reclamo para visitar León. Lo que más pena me dio es haberme marchado sin poderla ver por dentro pero seguramente podré sacar algún que otro momento para pasarme por la ciudad castellana y disfrutar de las vidrieras del templo. La suerte fue poder verla en dos momentos diferentes del día, cuando el sol aún estaba en lo alto y cuando el astro rey decidió dejar el protagonismo a su compañera la luna.

Tras tanta caminata y pasear sobre la antigua muralla romana (o lo queda de ella, además de las partes reconstruidas), nos pusimos en camino de nuevo a la casa de Ángela. Allí preparé unos spaghetti alla bolognesa, en recuerdo de mi estancia italiana, lo único que sé hacer bien, y pude comprobar que a los compañeros de mi amiga no les disgustaron en absoluto.
Con una breve pausa para la sobremesa y comer un poco de panettone, tocaba la vuelta al turismo que no había apenas tiempo. Paseamos de nuevo por la catedral y terminamos en busca de calor en la cafetería de los Café Quijano decorada con guiños a canciones y álbumes de sus propietarios, como este Buda colocado entre los dos tramos de escalera.





Y después a sacarnos la foto con Gaudí. Lo más probable es que sea algo que solamente me pase a mí, pero verle ahí, tan inmóvil como estatua es, me hizo pensar en el de carne y hueso, sentado en ese mismo banco, dibujando frente a un hueco o un edificio ya viejo, calculando los tamaños, la decoración, formando con un lápiz y un cuaderno lo que sería su nueva obra. Esta claro que esto no ocurrió pero me encanta inventarme historias sobre la marcha.


El frío volvía a hacerse patente y el hambre también, así que fuimos a probar los cortos. Por 1.20€ o 1.40€ a lo sumo, cerveza pequeña y tapa, pero, ¡ay, amigo, qué tapa! Con dos ya comes. En la primera nos dieron patatas con bacon, en la segunda una especie de croqueta alargada rellena de lo que deseáramos  en nuestro caso, queso, y en el tercer y último lugar un sandwich y una tosta. Todo esto para tener aguante que la noche se presentaba muy larga debido al cambio de horario.
Nos arreglamos y de camino a casa de unos amigos de Ángela. Y después de allí a los bares leoneses. A las seis de la mañana al fin volví a la cama para dormir lo suficiente y no estar muerta el domingo, que a las tres de la tarde tomaba un bus de vuelta a Torrelavega.

Al llegar a casa y sentarme en el sofá noté el cansancio de estos días, pocos pero intensos. Y ya contando los días para el próximo viaje que haga. España aún tiene muchas cosas que ver, así que esperaré a que otro lugar grite mi nombre para visitarlo y desde aquí os mostraré si me ha dejado tan buen sabor de boca como lo ha hecho León.






P.S.: por supuesto agradecer a Ángela Martínez, Mini para los amigos, que me haya mostrado la ciudad que ahora es su casa, que me haya aguantado hasta el punto de dejarme dormir con ella y que me haya brindado la oportunidad de redescubrir una ciudad que tenía olvidado en algún huequecito de mi mente de niña.





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