viernes, 28 de octubre de 2011

Viaje al Véneto: Pádova, Venecia y Verona

Había desaparecido pero estoy un poco liada con los estudios y eso que de momento sólo estoy subrayando, no quiero saber cuando lleguen los exámenes... Pero aquí estamos para hablar de cosas felices y así os contaré mi viaje.

Salimos desde la estación de Pirámide la noche del jueves, después de haber escrito nuestra carta a Julieta. Intentar dormir en el autobús fue una tarea complicada así que siete horas de viaje entre alguna cabezadilla de media hora, con frío y cansancio. Y así llegamos a Pádova al fin. Es una ciudad con tintes medievales cuya plaza central es el principal atractivo de ésta.
En este viaje hemos conocido a gente nueva: desde tres chicas madrileñas, dos chicos andaluces y un grupo de norteños venidos desde Euskadi a europeizarnos con alemanes y franceses. Esto es lo maravilloso del Erasmus, compartir y conocer personas que en otras circunstancias no sería posible. 

Descubrimos el jardín botánico en el que los estudiantes de medicina hacían sus prácticas antaño para conocer las diferentes propiedades de las plantas existentes. Una maravilla el contemplar una palmera de 1585 o el temor al estar al lado de una carnívora.

Después de llegar al hotel para descansar decidimos ir a comer. Unos cuantos nos reunimos en un restaurante cercano al albergue donde degustamos, en nuestra mayoría, pizza. Una pizza enorme. Creí que no me la iba a terminar pero estaba demasiado rica para dejarla en el plato sola y abandonada.
Tras esto, comenzó el tour por la ciudad. Encontramos algo muy curioso frente a la universidad: un chico subido en un banco leyendo un papiro mientras sus amigos le tiraban huevos y tomates por la cabeza. Esto tiene su motivo: cuando alguien se gradúa, se le hacen estas bromas a modo de "despedida" de la vida estudiantil. Cómico cuanto menos.
Debo admitir que lo que me encantó el reloj que había en una de las plazas. Tenía marcadas las horas del día como XXIV y alrededor de la esfera los signos zodiacales a excepción de Libra. ¿Qué habéis hecho a Pádova los nacidos entre el 23 de Septiembre y el 22 de Octubre?

Después de finalizar la ruta, terminamos todos juntos en un bar para tomar una bebida típica de la zona del Véneto llamada Spritz. Asqueroso, así de claro lo digo. Puede ser que al primer sorbo te sientas reticente a continuar y que con el segundo empieces a saborearlo pero, confieso, que no quiero volver a hacer la prueba, continuaré con mis cervezas que sé que esas saben bien, sea cual sea su marca.





Y después de eso, una vuelta por la ciudad por nuestra cuenta donde descubrimos la Disney Store, parada obligatoria para alguien tan fanática de Disney (fue obligatoria aquí, en Venecia y en Verona). Por mí me hubiera comprado toda la tienda pero no tenía suficiente dinero además de ser objetos algo caros, pero prometo desde aquí que no me iré de la capital italiana sin haberme comprado algo en su Disney Store (un peluche, ¿quizás? Conociéndome seguro que sí).
De vuelta al hotel, nos arreglamos un poco para ir a cenar a la mensa de la Universidad de Pádova, mucho mejor que la romana he de decir, y después, con nuestros recién estrenados amigos alemanes, fuimos a un bar a terminar la noche. Aunque no la terminé. A las doce ya estaba en la cama durmiendo para poder aguantar el día veneciano. 
¡Oh! ¿Cómo olvidarme del Gatamelatta? Señor condotiero, fue un gusto estudiarlo y puedo asegurarle que también ha sido verlo aunque me lo imaginaba un poco más grande... Donatello no cubrió del todo mis expectativas...


Y así es como llegó. Otro día soleado al norte de Italia. Desayuno y al tren. Hubo un grupo que se perdió por lo que debimos esperar media hora a que aparecieran en nuestro radar y tomar el transporte que nos dejaría en la ciudad de los canales. 

Nada más salir de la estación me siento como Angelina Jolie en "The tourist"; tengo la suerte de ver el mismo paisaje del que ella disfruta nada más llegar a Venecia. Y me enamoro por llegar. Todo el mundo habla de la magnífica ciudad de Venecia, y ahora entiendo porqué. Conocimos el barrio viejo, el barrio nuevo, cruzamos mil canales, dimos un breve paseo en góndola, caminamos sobre el Puente Rialto, comimos pizza en forma de góndola e... hicimos compras. Lo impresionante era ver las máscaras tan maravillosas que se encontraban en todos los escaparates y pensar cómo es esa ciudad cuando llega el carnaval: un baile en el que tus amigos se convierten en desconocidos ocultos tras un antifaz, con hermosos vestidos y pelucas de época. La magia está servida.
Y tras esto tocaba el plato fuerte: San Marco. Mi sorpresa fue encontrar palomas, muchas palomas, pero no tantas como me habían hecho imaginarme.
La hermosa basílica se presentaba ante nosotros como la mejor anfitriona que pudiéramos tener, majestuosa y brillante, con algún que otro secreto en su interior. Cuentan algunos entendidos en el tema que la tumba que guarda en su interior esta iglesia no es la del Santo si no la de otro personaje no menos importante en la historia: Alejandro Magno. Tras una serie de revueltas en Alejandría la única forma de proteger los restos del Grande fueron con la pequeña mentirijilla de que en realidad el evangelista iba dentro. Creer o no creer, eso ya es cosa de cada uno.

Y en ese mismo lugar llegó mi momento esperado, el momento por el que había estado dando la vara a todo el que se me pusiera al lado, y es que pude mirar a los ojos a la mismísima Biblioteca Marciana. No, no me he vuelto loca, es un edificio, lo sé, pero tenerla en frente ha sido como conocer a un gran ídolo: la información histórica que guarda en su interior y aquella que tendrá y que no desea que sea vista es lo que la hace ser tan especial.
Regresamos a Pádova después de intentar "salvar nuestras vidas" al pasar por la parte exterior de una columna. Me explico: cuando alguien estaba condenado a muerte, podía continuar con su vida si conseguía pasar de lado a lado sin sujetarse a la columna. El suelo está muy gastado, todos resbalamos, y ahí es donde hubieran acabado nuestras vidas. Pero no fue el caso, obviamente. 
Cenamos en el hotel y después fuimos a la plaza ya nombrada en Pádova, la principal, para hacer botellón y continuar la fiesta del fin de semana. Teníamos que aguantar, aún quedaba Verona.

A la mañana siguiente el cansancio se veía en la cara de todos los que estábamos allí así que no quedaba otra que intentar dormir en el autobús que nos llevaba a ver la ciudad de Romeo y Julieta. Mis nervios estuvieron patentes desde que pisamos el lugar. ¡Quería dejar mi carta al mito romántico! Conocimos el anfiteatro, iglesias, estatuas... Conocimos la otra cara de Verona.
Y después de comer tocaba conocer a Julieta. El pobre Romeo está olvidado, también os digo. 
Ya en la entrada, las ganas de llegar hasta la estatua del personaje de Shakespeare se palpaban en el ambiente. El pequeño pasillo que hay hasta llegar a su jardín nos daba la bienvenida con pintadas de enamorados y un cartel de "Españoles por el mundo" para recordar un poco nuestro país. Y ahí estábamos. Sobre nuestras cabezas el balcón donde la joven Capuleto declaraba su amor a un Montesco, enemigo acérrimo de su familia desde generaciones, y mientras, yo, en el lugar donde Romeo estaría oculto antes de mostrarse ante su amada y declararle lo que siente. ¿No es precioso poder imaginarse esa escena?
Después de dejar la carta entre candados de enamorados y tocar el pecho a Julieta para conseguir el amor verdadero antes de que termine el año, recogimos nuestros bártulos y regresamos a Roma. Viaje largo y cansado, algo animado por la música pero eso no hizo me pudiera levantar a las 7.30 de la mañana para ir a clase. Por suerte, era clase voluntaria (quiero sentirme menos culpable de este modo). Y así acaba nuestro viaje. Tres días, tres ciudades. Tres días, mil amigos nuevos. Tres días, infinitos recuerdos maravillosos e imborrables.
Y aquí, os dejo como "regalo" alguna que otra foto más. ¡Disfrutadla!
 


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