viernes, 9 de marzo de 2012

Nápoles, Capri. Pompeya

Sé que prometí escribir durante tres días seguidos pero entre una cosa y otra me ha sido imposible. Sin embargo, un poco de espera no viene mal, y ahora os voy a mostrar por qué.

Llegamos a Termini a la hora señalada pero de las 21 personas que nos íbamos a encaminar a este viaje solamente Cris Tenerife y Dani fueron tan puntuales como nosotras. Después del temor de que nuestra cumpleañera no llegara a tiempo, conseguimos estar en el tren camino al sur italiano. Comenzamos con un juego: tendríamos un amigo secreto durante todo el viaje con quien debíamos ser más amables que de costumbre. Lo mío fue fácil: Cris Mallorca.

Llegados ya a Nápoles, nos perdimos para encontrar el hotel, el cual resultó estar a menos de cinco minutos de la parada de metro. Las puertas napolitanas son las que nos despistaron, seguro.
Tras dejar las cosas en el lugar donde pasaríamos los dos siguientes noches, fuimos a comer la más que típica pizza Mrgherita, y tras esto comenzó el turisteo por Nápoles.

Personalmente no es la ciudad que más me ha gustado de todas las italianas que hasta el momento he tenido la suerte de ver, eso sí, es tal y como presentan en las películas hollywoodienses a los italianos: sus calles, la gente, el olor... al menos tiene mar, para mí eso es un punto muy importante. Pero lo mejor será dejaros algunas fotos para que lo comprobéis vosotros mismos. ¡Ah! Y por supuesto, mi idea de entrar a todas las tiendas Disney de todas las ciudades italiana se está cumpliendo (pero de esto no dejaré foto, tampoco hace falta mostrar mi infatilismo hasta tales puntos).




Después de ver la ciudad que se convertiría en nuestro dormitorio, volvimos al hotel. Unos decidieron salir, otros nos quedamos en el hostal, recordando que al día siguiente a las nueve de la mañana nos tocaba tomar un barco hacia Capri.

Se nos pegaron un poco las sábanas pero conseguimos llegar y la hora y media de viaje se hizo eterna por las ganas de ver la famosa islas. Muchos se quedaron dormidos para recuperar un poco de las horas desperdiciadas de la noche anterior; por mi parte debo admitir que si que di una pequeña cabezadita, supongo que el movimiento de la barca acompañaba a ello.

Capri se veía en la lejanía cuando abrí los ojos.
La fama de la isla, cuando pones el primer pie en ella, no es del todo merecida. Te imaginas un lugar con casas de los millonarios veraneantes del lugar, con bolsos de Dior en cada esquina y gafas de Gucci sobre todas las narices, pero, en cambio, lo que se presenta es un tranquilo lugar de pescadores, con las barcas decorando el inmenso mar con leves movimientos cuando llega un suave traqueteo de las olas. Pero esto sólo era una impresión. Decidimos subir andando las interminables cuestas hasta llegar al centro de la ciudad. Parecía que nunca íbamos a llegar al final pero si que lo conseguimos. Y fue allí donde vimos la riqueza, la grandeza, le pijerío por el que nuestra patria Carmen Lomana pasearía sin despeinarse.

Después de ver el centro, fuimos directos al Arco Natural. Aunque las vistas desde allí son maravillosas, mis poco acostumbradas piernas a las caminatas no paraban de quejarse y dichas quejas salían por mi boca, aunque al final debí comerme mis propias palabras porque aquello merecía la pena, la merecía mucho...

El lugar escogido para volver al barco fue un nuevo camino gracias al cual, se suponía, llegaríamos a la villa donde el emperador Tiberio había decidido pasar sus últimos días. Allí sólo nos encontramos una gruta pero decidimos continuar recto, a ver hasta donde nos llevaban nuestros pies.
El paisaje era maravilloso, caminar entre acantilados tan lejanos y a la vez tan cercanos de las aguas azules mediterráneas; pero el tiempo corría, no veíamos civilización y nuestro barco iba a zarpar con o sin nosotros. Los nervios se hacían patentes cada vez más pero lo logramos, ¡y en tiempo record!
Saboreamos un panino caprese y de vuelta Nápoles.

La noche no fue muy diferente a la anterior aunque, eso sí, el cansancio estaba más patente y la cama nos llamaba a viva voz. Somos débiles y la mayoría caímos antes de lo que esperábamos.

El tercer y último día. Pompeya. Las ganas se veían en los rostros de los historiadores que recordábamos la historia de esta ciudad: Pompeya es una ciudad perteneciente al Imperio Romano que en época del emperador Tito sufrió la explosión del volcán Vesubio el cuál cubrió toda la ciudad. Peor tenemos la suerte de poder ver todo lo recuperado de esta.
El primer punto del día al llegar a Pompeya, tras perder tres trenes que nos llevaban, era el de contratar o no contratar guía. Unos decidieron que sí, otros que no, y nos separamos para vernos más tarde en la entrada.
Mis compañeros de viaje hacia el siglo I fueron Marga, Cris, Aida y Dani, y con ellos me encaminé a descubrir las maravillas arqueológicas que esta ciudad nos ha dejado. Poco más que decir, será mejor que lo veáis...









Y por mi parte, ¡esto es todo! Espero que hayáis disfrutado de mis paseos por el sur italiano y que a la próxima tengáis la oportunidad de visitarlos en primera persona.

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